Los judíos celebraban una gran fiesta: La Pascua. Allí agradecían a Dios la liberación de la esclavitud, el paso hacia la libertad. Esta fiesta la celebraban en la primera luna llena después del día 14 de Nisan, es decir del mes de marzo; es por eso que la Semana Santa varía cada año, pues se rige por el calendario lunar y no por el solar. Moisés sacó a su pueblo en una luna llena evitando así el uso de antorchas para no ser descubiertos por los egipcios. El lugar apropiado para la celebración de la Pascua es Jerusalén, todo judío subía a Jerusalén para dicha fiesta.
Jesús, cada año va a Jerusalén a participar de las fiestas, en esta ocasión se nos dice que seis días antes de aquella Pascua judía Jesús pasó por Betania donde vivían sus amigos Marta, María y Lázaro. Muchos judíos al tener noticia de que estaba allí fueron para verlo.
Luego de su estancia en Betania, Jesús se encamina a Jerusalén. Estando ya cerca se monta en un pollino. El burrito no representa humildad, sino paz. Algunos dicen que tal era la humildad de Jesús que entró en un burrito; déjame decirte que Jesús no necesita de un animal para expresar su humildad. Jesús entra como Rey de Paz. La muchedumbre por su parte organizó su entrada triunfal en la ciudad santa: «tomaron ramas de palmera y salieron a su encuentro gritando: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor,!”». Es de notar la gran participación de los niños en esta procesión. Debemos recordar que lo importante de este día es la procesión. Muchos acuden a las Iglesias en busca de una palma o ramo bendito sin participar en la procesión. La palma o ramo debe representar que tú caminaste y acompañaste a Jesús en su entrada triunfal y debe reconfortarnos al pensar que Jesús camina a nuestro lado acompañándonos en todo momento.
En la ciudad de Jerusalén «había algunos griegos de los que subían a participar en la fiesta», aquellos hombres se acercan a Felipe, uno de los apóstoles del Señor, para expresarle un deseo profundo: «queremos ver a Jesús». ¿Los mueve solamente la curiosidad? ¿O son hombres en búsqueda de la verdad, y de la salvación ofrecida por Dios?
Sólo así tiene sentido la respuesta que el Señor da a Felipe y Andrés «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre»
Haz deseado alguna vez ver a Jesús?
Qué has hecho para encontrarlo?
Les voy a contar dos cuentos:
El primero dice que: un día fue un discípulo en busca de su maestro y le dijo: "Maestro, yo quiero encontrar a Dios". El maestro miró al muchacho sonriéndole. El muchacho volvía cada día, repitiendo que quería ver a Dios.
Un día que hacía mucho calor, el maestro le dijo al muchacho que lo acompañara hasta el río para bañarse. El muchacho se zambulló en el agua El maestro lo siguió y, agarrándolo por la cabeza, se la metió en el agua un buen rato, hasta que el muchacho comenzó a forcejear por sacarla a flote. El maestro lo soltó y le preguntó qué era lo que más deseaba cuando se encontraba sin respiración dentro del agua.
- Aire -respondió el discípulo.
- ¿Deseas a Dios de la misma manera? - le preguntó el maestro-. Si lo deseas así, lo encontrarás inmediatamente. Pero si no tienes ese deseo, esa sed, por más que luches con tu inteligencia, con tus labios o con tu fuerza, no podrás encontrar a Dios.
El otro cuento dice que después de una exhaustiva sesión matinal de oraciones en el monasterio, el novicio le preguntó al abad:
-¿Todas estas oraciones que usted nos enseña, hacen que Dios se acerque a nosotros?
-Te voy a responder con otra pregunta -dijo el abad. -¿Todas estas oraciones que rezas harán que el sol salga mañana?
-¡Claro que no! ¡El sol sale porque obedece a una ley universal!
-Entonces, ésta es la respuesta a tu pregunta. Dios está cerca de nosotros, independientemente de las oraciones que recemos.
El novicio se enojó:
-¿Usted quiere decir que nuestras oraciones son inútiles?
-Absolutamente. Si tu no te despiertas temprano jamás podrás ver la salida del sol. Si tú no rezas, aunque Dios esté siempre cerca, nunca conseguirás notar Su presencia.
Así fue como, casi sin darnos cuenta, Jesús dijo el secreto para ver a Dios y para conocerlo. Y es que quien quiera experimentar el amor de Dios, quien quiera sentirlo cercano, compañero, amigo, tiene que estar dispuesto a iniciar una aventura en la que se necesita ese valor, para afrontar situaciones y exigencias no siempre deseadas, tales como:
- Dar una mano a quien la necesite.
- Ceder a algún capricho o idea, que impide una verdadera comunicación familiar o de amistad.
- Evitar criticar a los demás en voz alta.
- Esforzarse cada domingo en participar de la eucaristía.
ste es por tanto el secreto para encontrar a Dios o el lenguaje de Dios. Un lenguaje que quizás muchos no entendemos. Como tampoco entendemos por qué Jesús tuvo que morir en una cruz. |