Abandonamos
lo importante por lo urgente
Tomando Jesús de nuevo la palabra les habló en
parábolas, diciendo: «El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró
el banquete de bodas de su hijo. Envió sus siervos a llamar a los invitados a
la boda, pero no quisieron venir. Envió todavía otros siervos, con este
encargo: Decid a los invitados: "Mirad, mi banquete está preparado, se han
matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la
boda." Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a
su negocio…
Los invitados de la parábola se negaron a ir al
banquete. Mateo dice que ellos “no hicieron caso” de la invitación y “se fueron
el uno a su campo, el otro a su negocio”. El evangelio de Lucas, en este punto,
es más detallado y presenta así los motivos del rechazo: “He comprado un campo
y tengo que ir a verlo... He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a
probarlas... Me he casado, y por eso no puedo ir”
¿Qué tienen en común estos diversos personajes? Todos los tres tienen algo
urgente que hacer, algo que no puede esperar, que reclama inmediatamente su
presencia. ¿Y qué representa en cambio el banquete nupcial? Este indica los
bienes mesiánicos, la participación en la salvación conseguida por Cristo, y
por tanto la posibilidad de vivir eternamente. El banquete representa, por
tanto, lo más importante en la vida, es más, lo único importante. Está claro
entonces, en qué consiste el error cometido por los invitados; consiste en abandonar lo importante por lo
urgente, ¡lo esencial por lo contingente! Ahora bien, éste es un riesgo tan
difundido e insidioso, no sólo en el plano religioso, sino también en el
puramente humano, que vale la pena reflexionar un poco sobre él.
Ante todo, precisamente, en el plano religioso.
Abandonar lo importante por lo urgente, en el plano espiritual, significa
retrasar continuamente el cumplimiento de los deberes religiosos, porque cada
vez se presenta algo urgente que hacer. Es domingo y es hora de ir a misa, pero
está pendiente esta visita, ese trabajito en el jardín, la limpieza de la casa,
la comida que preparar. La Misa puede esperar, la comida no; por tanto, se
retrasa la misa, lo importante, por las urgencias de los quehaceres del hogar.
He dicho que el peligro de abandonar lo importante por lo urgente está presente
también en el ámbito humano, en la vida de todos los días, y quisiera señalar
también a esto. Para un hombre es ciertamente importantísimo dedicar tiempo a
la familia, a estar con los hijos, dialogar con ellos si son grandes y jugar
con ellos si son pequeños. Pero en el último momento se presentan siempre cosas
urgentes que terminar en la oficina, horas extraordinarias que hacer, y se deja
para otra oportunidad lo importante, acabando por llegar a casa demasiado tarde
y demasiado cansados porque tenía cosas urgentes que terminar.
Para un hombre o una mujer es importantísima ir de vez en cuando a visitar al
anciano padre que vive solo en casa o en algún asilo. Para cualquiera es algo
importantísimo visitar a un conocido enfermo para mostrarle su apoyo y hacer
algún servicio práctico por él. Pero no es urgente, si lo dejas para más
adelante aparentemente no se hunde el mundo, quizás nadie ni se dé cuenta. Y
así se deja para más adelante lo importante, porque tengo muchas cosas urgentes
que no pueden esperar.
Lo mismo pasa con el cuidado de la propia salud, que también está entre las
cosas importantes. El médico nos advierte que hay que cuidarse, tomar un
periodo de descanso, evitar el estrés... Se contesta: sí, lo haré, por
supuesto, apenas termine ese trabajo, cuando haya arreglado la casa, cuando
haya pagado todas las deudas... Hasta que uno se da cuenta que es demasiado
tarde. Ahí está el engaño: se pasa uno la vida persiguiendo mil pequeñas cosas
que arreglar y nunca se encuentra tiempo para las cosas que verdaderamente
inciden en las relaciones humanas y pueden dar verdadera alegría en la vida.
Así vemos como el Evangelio, indirectamente, es
también escuela de vida; nos enseña a establecer prioridades, a tender a lo
esencial. En una palabra, a no perder lo importante por lo urgente, como
sucedió a los invitados de nuestra parábola.
Que la Santísima Virgen María nos ayude a descubrir que lo importante debe
estar en primer lugar, antes que lo
urgente.
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