Dar al Cesar lo
que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios.
Cuando Jesús usa esta importantísima frase, nos
está dando a entender claramente la necesidad de la separación entre religión y
política. Los hebreos estaban acostumbrados a concebir el futuro reino de Dios
instaurado por el Mesías como una “teocracia”, es decir, como un gobierno
dirigido por Dios en toda la tierra a través de su pueblo. Ahora en cambio, la
palabra de Cristo revela un reino de Dios que “está” en el mundo pero que no “es”
de este mundo. Se descubren así dos tipos diversos de soberanía de Dios en el
mundo: la “soberanía espiritual” que constituye el reino de Dios y que ejerce
directamente en Cristo, y la “soberanía temporal” o política, que Dios ejerce
directamente, confiándola a la libre elección de las personas.
César y Dios, sin embargo, no están al mismo nivel, porque también el César
depende de Dios y debe rendirle cuentas. “Dad al César lo que es del César”
significa, por tanto: “Dad al César lo que 'Dios mismo quiere' que le sea dado
al César”. Dios es el soberano de todos, el César incluido. No estamos
divididos entre dos pertenencias, no estamos obligados a servir “a dos
señores”. El cristiano es libre de obedecer al Estado, pero también de resistir
al Estado cuando éste se pone contra Dios y su ley. Antes que a los hombres,
hay que obedecer a Dios y a la propia conciencia. Ya no se puede dar al César
el alma que es de Dios.
Pero en relación a los impuestos, estamos
obligados a pagarlos. Pagar lealmente los impuestos para un cristiano (también
para toda persona honrada) es un deber de justicia y por tanto un deber de
conciencia. Garantizando el orden, el comercio y todos los demás servicios, el
Estado da al ciudadano algo por lo que tiene derecho a una contrapartida,
precisamente para poder seguir dando estos servicios.
La evasión fiscal, cuando alcanza ciertas
proporciones -nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica- es un pecado
mortal, similar al de cualquier robo grave. Es un robo hecho no al “Estado”, o
sea, a nadie, sino a la comunidad, es decir, a todos. Esto supone naturalmente
que también el Estado sea justo y equitativo cuando impone las tasas.
La colaboración de los cristianos en la construcción de una sociedad justa y
pacífica no se agota con pagar los impuestos; debe extenderse también a la
promoción de valores comunes, como la familia, la defensa de la vida, la
solidaridad con los más pobres, la paz, etc. Pero también los cristianos están
llamados a participar activamente en la política. ¡Qué de beneficios no
recibiría una comunidad si su alcalde, su gobernador o su presidente fueran
cristianos verdaderamente seguidores de la doctrina de Jesús!
La mayoría de nuestros actuales gobernantes,
dicen al menos ser cristianos, pues ellos están llamados a dar desde ya una
contribución grande a la política y sería corrigiendo el vocabulario. Es
necesario desemponzoñar el clima de lucha permanente, procurar mayor respeto,
compostura y dignidad en las relaciones entre partidos. Respeto al prójimo,
moderación, capacidad de autocrítica. Es indigno de un cristiano abandonarse a
insultos, sarcasmo, rebajarse a riñas con los adversarios.
Toda autoridad viene de la mano de Dios, pero Él,
respetando nuestra libertad nos permite que seamos nosotros quienes elijamos
libremente a nuestros gobernantes. Es aquí donde debemos de pedirle sabiduría
para saber elegir a quienes nos van a gobernar.