¿Por qué nacen tan pocos
niños?
Es inevitable plantearse la pregunta: ¿Por qué
nacen tan pocos niños en nuestros países? El principal motivo de la escasez de
nacimientos no es de tipo económico. El motivo es más profundo: es la falta de esperanza,
con lo que implica: confianza en el futuro, impulso vital, creatividad, poesía
y alegría de vivir. Si casarse es siempre un acto de fe, traer al mundo un hijo
es siempre un acto de esperanza. Nada se hace en el mundo sin esperanza.
Necesitamos de la esperanza como del aire para respirar. Cuando una persona
está a punto de desmayarse, se grita a quienes están cerca: «¡Dadle
aire!». Lo mismo se debería hacer con quién está a punto de dejarse ir, de
rendirse ante la vida: «¡Dadle un motivo de esperanza!».
Cuando en una situación humana renace la esperanza, todo parece distinto,
aunque nada, de hecho, haya cambiado. La esperanza es una fuerza primordial.
Literalmente hace milagros.
El Evangelio tiene algo esencial que ofrecer a nuestra gente, en este momento
de la historia: la Esperanza con mayúsculas, virtud teologal, o sea, que tiene
por autor y garante a Dios mismo. Las esperanzas terrenas (casa, trabajo,
salud, el éxito de los hijos...), aunque se realicen, inexorablemente
desilusionan si no hay algo más profundo que las sustente y las eleve. Miremos
lo que sucede con la tela de araña; es una obra de arte, perfecta en su
simetría, elasticidad, funcionalidad, tensa desde todos los puntos por hilos
que tiran de ella horizontalmente. Se sujeta en el centro por un hilo desde
arriba, el hilo que la araña ha tejido descendiendo. Si uno desprende uno de
los filamentos laterales, la araña sale, lo repara rápidamente y vuelve a su
sitio. Pero si se rompe ese hilo de lo alto, todo se distiende. La araña sabe que
no hay nada que hacer y se aleja. La Esperanza teologal es el hilo de lo alto
en nuestra vida, lo que sustenta toda la trama de nuestras esperanzas.
En este momento en que sentimos tan fuerte la necesidad de esperanza, la fiesta
de Navidad puede representar la ocasión para una inversión de marcha.
Recordemos lo que dijo un día Jesús: «Quien recibe a un niño en mi nombre, a mí
me recibe». Esto vale para quien acoge a un niño pobre y abandonado, para quien
adopta o alimenta a un niño del Tercer Mundo; pero vale sobre todo para los
padres cristianos que, amándose en fe y esperanza, se abren a una nueva vida.
A muchas parejas, cuando se les anunció el
embarazo, se vieron por un momento llenas de confusión, pero estoy seguro que
sentirán que pueden hacer propias las palabras del profeta Isaías: «¡Acrecentaste el gozo, hiciste grande la alegría, porque un
niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado!».