La
tierna historia que voy a contar ocurrió en Roma, mientras yo estudiaba en esa
ciudad.
En
una escuela, una maestra a la hora de comenzar su clase, le dice a niños y niñas
entre 6 y 7 años, lo siguiente: -Vengo a darles una triste noticia: “Su
compañerito Francisco, sufre una terrible enfermedad, que se llama parálisis
infantil. Ustedes son todavía muy pequeños para que puedan entender lo terrible
que es esa enfermedad. Sepan que su compañerito está mejorando, gracias a Dios,
pero no podrá caminar sin un par de zapatos especiales, que cuestan mucho
dinero. Por otra parte, los padres de Francisco son muy pobres. Ellos no pueden
en modo alguno comprar esos zapatos, si no se les ayuda. ¿Podrían ustedes
ayudar a este papá y a esta mamá quienes están tan en tan gran apuro? Yo se que
ustedes no son ricos. Pero creo que sí tienen el valor de recorrer las casas de
su calle diciendo simplemente lo que yo les he dicho, y pidiendo a las gentes
de buen corazón que les den lo que puedan. ¿Quieren hacer esta experiencia?”
De
todas las gargantas salió un sonoro grito: “Sí, señorita” -Pues bien, tan
pronto como salgan –dijo la maestra- comiencen lo prometido.
Entre
estos benévolos niños, había uno llamado Adrian. Este, sin dudar un momento
corrió a su casa y vació su alcancía. Pero sus modestos ahorros apenas si
llenaban el cuenco de la mano, y la maestra había dicho que los zapatos de
Francisco costarían mucho dinero. Era necesario encontrar otra manera de
reunirlo. De repente una hermosa idea brilló en su cabeza. Su papá tenía un
bonito acordeón el cual tocaba en las fiestas de familia, y siempre con gran
éxito. ¿Qué sucedería si él hiciese otro tanto, no en casa, sino en la calle?
Y
he aquí que Adrian coge el acordeón de su padre lo ajusta como puede a sus
hombros y corre a instalarse en la esquina de una de las calles más concurridas
de Roma.
Ante
el improvisado artista, que pulsa arrogantemente las teclas del acordeón,
pronto comienzan a detenerse los transeúntes para escucharle. Su juvenil edad
les intriga. Algunos curiosos le preguntaban: ¿qué es lo que estás haciendo? El
acordeón es mas grande que tu. ¿Por qué tocas? “Toco
por un compañerito de escuela que está enfermo” –respondía Adrian-, “Necesita
un par de zapatos especiales y sus padres no tienen dinero para comprárselos”.
La gente, con lágrimas en los ojos, meten las manos en sus carteras, y los
billetes de 5,10 y 20 caen por encanto en la gorra del artista. Animado por
este comienzo prometedor, Adrian continúa tocando hasta el atardecer.
Al
día siguiente, Adrian corre alegre a la escuela con el dinero recaudado. Con
ese dinero y el que también habían recaudado sus compañeritos se pudo comprar
los zapatos para Francisco.
Pero
ocurrió algo aún más interesante. Entre los transeúntes que se acercaron a
escuchar al joven acordeonista y darle una limosna se encontraba un Consejero
Municipal de Roma. Este conmovido por el generoso gesto de Adrian, le pidió su
nombre y dirección. Días más tarde, el Ayuntamiento de Roma, informó a los
padres de Adrian que su hijo, había sido elegido como “el niño del año”. Este
título conllevaba el obsequio de un premio de 5.000 dólares.
Imagínense
la sorpresa de Adrian y sus padres. Jamás habían recibido una suma parecida. La
alcancía del niño que se encontraba vacía, resultó pequeña para contener todos
esos nuevos billetes. Ahora bien, como somos cristianos, hemos de pensar que,
si ésta recompensa fue magnífica, ¿cómo será la que Dios reserva para el que obra
de buen corazón?
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