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Al querer solucionar un problema mira primero si no eres tú el problema.
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No siempre son los hijos de los demás los que se drogan.
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El Consejo de las Campanas

Una joven, de nombre María, se había enamorado de un tal Sebastián, joven vago y nada religioso, pendenciero e inmoral. Por más que sus padres la aconsejaban que lo dejase, ella seguía de terca diciendo que quien se iba a casar ella y además que ella sabía lo que hacía. Sostenía que  no era tan malo como le pintaban, que si algo malo tenía, él le había prometido, que si se casaba, iba a cambiar, es más, iría a misa, se  confesaría y comulgaría todos los domingos. Ella añadía que él era muy simpático.

 

Viendo entristecidos sus padres que no conseguían nada, le recomendaron que fuese a preguntar al sacerdote, pues siendo el pueblo pequeño, conocía a todos los feligreses muy bien. Llego ella al confesionario, acercó sus labios a la rejilla y susurró: “Padre, no vengo a confesarme, vengo solo a hacerle una consulta: yo quisiera casarme con Sebastián: ¿cree usted que me conviene?”

 

El Sacerdote se llevó las manos a la cabeza y exclamó: “Pero, hija ¿estás loca?; ¿Has pensado bien lo que vas hacer?”. Y comenzó a orientarla lo mejor que él podía, le habló largo rato con el propósito de convencerla para que desistiera de aquella idea, pues Sebastián no era buen candidato para ella. Ella siendo de buena familia, se merecía alguien mejor. No hubo forma que el sacerdote lograra convencerla. “Sebastián, me ha prometido –decía- que él se va a corregir y, sobre todo, él me gusta a mí y yo le gusto a él.

 

No sabiendo ya qué hacer con aquella cabeza dura, se le ocurrió al sacerdote decirle: “Oye María, ¿sabes lo que estoy pensando?  Pregunta tu a las campanas de la iglesia si te conviene o no casarte con Sebastián”. Así lo haré dijo María. Esperó impaciente a las 6 de la tarde, que es cuando las campanas repicaban. Dieron las 6 y María se puso toda nerviosa. Las campanas comenzaron a repicar –así le parecía a ella-: “Talán, talán, cásate con Sebastián. Talán, talán, cásate con Sebastián.

 

No había ya ningún género de duda. María corrió de inmediato a la casa parroquial y le manifestó al sacerdote el consejo de las campanas… Se hicieron los trámites debidos y llegó el día en que los novios se convirtieron es esposos. No pasó mucho tiempo cuando sucedió lo que era de temer.

 

A las 3 semanas justas María había recibido ya de su marido tres soberanas palizas. Se presentó en la casa parroquial con los ojos hinchados y rojos como tomates de tanto llorar. Traía en la cara varios rasguños, como si hubiese reñido con la gata. -Ay padre, -sollozó- Para qué me casaría con él. Ahora vengo para que me descase; por favor padre, descáseme, descáseme.

 

-Oh, eso es imposible, explicó el sacerdote. Y además no se me ocurre que consejo darte. Lo que puedes hacer es preguntar de nuevo a las campanas. Ellas, que te recomendaron que te casaras con Sebastián, te dirán sin duda también ahora qué es lo que tienes que hacer.

 

María esperó angustiada. A las 6 de la tarde repicaron como siempre las campanas. Esta vez lo hicieron como si doblaran para un funeral. “Talán, talán, -talán, talán, - carga con el animal”

 

Sí, “talán, talán, -carga con el animal”.

 

Para que piensen bien las jóvenes con quién se van a casar.

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