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Misa y Confesionario del Padre Pio

 

Quien participaba en la celebración eucarística del Padre Pío, no podía quedar tranquilo en su pecado. La Santa Misa elevaba a todos los presentes en el ministerio de Dios, que no dejaba en paz a quien vivía lejos de Él.

Después de la Santa Misa, el Padre Pío se sentaba en el confesionario para administrar la misericordia de Dios a los arrepentidos.

Empezaba con los hombres hasta las nueve; de nuevo a las once y media, confesaba a las mujeres. En la tarde estaba a disposición de todos, pero dando la preferencia a los hombres, porque decía: "son los que más lo necesitan".

Hay muchas anécdotas sobre el ministerio que el padre Pío representaba en el confesionario. He aquí unos pocos:

Siendo muchos los que querían confesarse con el Padre Pío, sé pensó en poner orden hasta donde fuera posible.

En honor a este orden, algunos para confesarse debían esperar su turno hasta tres o cuatro horas.

Muchos, de los más empedernidos, iban a San Giovanni Rotondo, no para confesarse, sino por curiosidad o para reírse.

Una señora estaba angustiada porque el marido no quería confesarse. En ocasión de su onomástico, le pidió al marido un regalo.

"¡Lo que quieras!" Le contestó éste.

"¡ Acompáñame a San Giovanni Rotondo!"

Se puso rabioso.

"¡ Esto es una trampa! ¡Esto no es honesto!"

"¿Por qué no es honesto? ¿No me prometiste darme lo que yo quisiera?"

La acompañó a regañadientes y estando siempre de mal humor. Llegando por la tarde a San Giovanni Rotondo, lo primero que le dijo fue: "¡Mañana mismo nos regresamos en el primer tren!"

"¡Está bien!" le contestó la señora.

Durante toda la noche no pudieron dormir. A las dos de la madrugada todo el mundo se levantó para asegurarse un lugar en la Misa de las siete.

Se levantaron también ellos. Pero el marido, siempre de mal humor, dijo a la señora:

"Si quieres, que te acompañe, déjame en paz y no pidas que me confiese".

Durante la misa le tocó un lugar bastante cerca del padre Pío. La señora rezaba por la conversión de su esposo. Terminada la celebración, el primero en seguir al Padre Pío rumbo a la sacristía para la confesión, fue exactamente este señor. Después de un rato regresó donde estaba su esposa, y, con un rostro lleno de luz y alegría exclamó:

"¡Hecho! ¡Ya me confesé!"

"¡Que hombre es este Padre Pío! ¡Me detuvo y me puso como nuevo!"

"¿Cómo no confesarse después de una misa como ésta?"

Luego, echando el brazo al cuello de su Señora, le dijo: "¡No conviene que nos vayamos pronto! ¡Quedémonos una semana!"

 

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